6 jul 2007

Las palabras tienen sexo

Las palabras tienen sexo

La noticia orginal fue publicada aqui


Artemisa Comunicación presentará el próximo viernes 6 de julio su primera publicación 'Las palabras tienen sexo. Introducción a un periodismo con perspectivas de género”. En el evento estarán presentes las periodistas Mariana Carbajal y Liliana Hendel, el rector de TEA Fernando González, y las directoras de Artemisa Comunicación Sandra Chaher y Sonia Santoro. La cita es a partir de las 19 hs en el Auditorio de TEA, Lavalle 2083, Buenos Aires. Aquí le ofrecemos un adelanto de dos capítulos del libro.



Transversalización del enfoque de género

¿Qué es la perspectiva de género en el periodismo?

Comencemos por diferenciar sexo de género. Según Katrin Gothmann, sexo “se refiere a las características biológicas que definen a varones y mujeres” y género “a las diferencias socio-culturales entre mujeres y varones que han sido aprendidas, cambian con el tiempo y presentan grandes variaciones tanto entre diversas culturas como dentro de una misma cultura”. Y cita el siguiente ejemplo: mientras sólo las mujeres podemos dar a luz (una diferencia determinada biológicamente), la biología no dictamina quién cuidará a los niños (comportamiento sociológicamente determinado).

Podría agregarse a este ejemplo el tema del amamantamiento, con el que tanta presión se está haciendo sobre las mujeres en la sociedad actual. Con el argumento de los beneficios indiscutibles de la lactancia materna para los recién nacidos, muchas personas promotoras de la misma agregan la importancia que tendría el vínculo afectivo entre la mamá y el bebé durante los primeros meses de vida, incluso algunos/as dicen que hasta los dos años del/a niño/a. Aquí habría que hacer una diferencia entre sexo y género: la lactancia es indiscutiblemente materna, sólo la mujer puede amamantar; pero el estrecho vínculo afectivo que necesita una/un bebé en sus primeros meses de vida no tiene por qué ser suplido exclusiva o mayoritariamente por la mujer: el padre puede dar a ese/a hijo/a el estrecho afecto que necesita para crecer si se lo propone. Es cierto que, para lograrlo, deberá desandar un largo bagaje cultural que trae consigo y que lo separa de la intimidad con un recién nacido, pero se puede. Y también es cierto que las mujeres también deberemos revisar el estereotipo que nos ubica como madres omnipresentes y nutricias en todo sentido, no sólo el alimentario.

Sigue Gothmann: “¿Qué se ha logrado con la diferenciación entre sexo y género? A través de esta diferenciación, queda claro que en esta asignación de roles, el papel dado a la mujer es discriminatorio, pues no permite que obtenga un rango en la sociedad igual al de los hombres. El cumplimiento de los roles no es, como se afirma, una determinación de naturaleza biológica, sino un comportamiento aprendido. Cuidar de los hijos e hijas, y realizar trabajo de casa sin remuneración, no está en la naturaleza de la mujer, es más bien el papel asignado a ella y que la sociedad le obliga a cumplir. Como consecuencia, esto le impide ser un ente económicamente activo y ocupar lugares de poder en la sociedad.”

El periodismo con enfoque de género se propone analizar la información con la que trabajamos preguntándonos si afecta de manera diferente a mujeres y varones teniendo en cuenta la construcción social sobre sus roles. Volviendo al ejemplo de la lactancia: una nota sin enfoque de género propondría no sólo la lactancia materna exclusiva sino también la dedicación exclusiva o semiexclusiva de la madre al bebé durante los primeros meses de vida. La misma nota realizada con perspectiva de género haría referencia a los beneficios de la lactancia materna, no propondría la dedicación afectiva exclusiva de la madre, y además enfatizaría la falta de redes sociales que tenemos las mujeres para poder amamantar y compartir la crianza: desde la ausencia de estructura socio-laboral (licencias post-parto extendidas, guarderías en los lugares de trabajo, falta de licencias por paternidad para los varones, etc) hasta la familiar (ausencia de abuelas/os que colaboren en la crianza, como en otras épocas; poco hábito de los padres –varones- a cumplir con roles de crianza considerados históricamente “femeninos”).

El enfoque de género se propone a sí mismo como una mirada transversal que atraviesa todos los temas y, por lo tanto, todas las secciones de los medios de comunicación. Si hubiera, por ejemplo, una huelga de mineros, un artículo periodístico con este enfoque se preguntaría cómo afecta la huelga a la vida de los mineros, mayormente varones, pero también a las mujeres que viven con ellos –madres, hijas, parejas-: si ellas deben salir a trabajar mientras se mantiene la huelga para cubrir las necesidades familiares; si las razones por las que se realiza la huelga las involucran de alguna forma, etc. Y también se podría hacer un artículo preguntándose por qué tan pocas mujeres trabajan en las minas, y cuáles son las consecuencias para la salud de mujeres y varones en ese tipo de empleo.

El enfoque transversal, a su vez, puede adaptarse a otros temas como la clase social, etnia, edad, discapacidad, identidad sexual, etc. La idea es que podamos observar los hechos teniendo en cuenta su diversidad, sea del tipo que sea.

¿Cómo saber cuándo una nota debe ser encarada con enfoque de género?

Katrin Gothmann sugiere que nos hagamos dos preguntas para saber si una nota debe ser encarada con enfoque de género:
1) ¿El tema afecta a la vida diaria de una o de varias partes de la población?
2) ¿Existen en este ámbito diferencias entre las mujeres y los varones?
Si la respuesta a alguna de las dos preguntas es positiva, es pertinente que el análisis se haga desde una perspectiva de género.

Todas las notas que involucren a mujeres y/o varones podrían ser encaradas con enfoque de género. Pero es cierto que algunos temas tienen más pertenencia que otros. Cómo prevenir embarazos no deseados, por ejemplo, es un tema que claramente debe ser encarado desde el género: quiénes usan anticonceptivos, por qué la responsabilidad social de la anticoncepción recae más sobre las mujeres que sobre los varones, etc. Lo mismo la violencia de género: si el 90% de las denuncias vinculadas a violencia familiar son hechas por mujeres, hay claramente un sesgo de género para analizar.

El ejemplo de la huelga de los mineros no tiene una clara vinculación con el género, pero es una muestra de cómo la mayoría de los temas pueden recibir este enfoque. Otro caso podrían ser las cumbres económicas regionales o mundiales: parecen tratar temas aparentemente “universales”, pero si investigamos nos daremos cuenta que la escasez de petróleo, por ejemplo, no afecta de igual manera a las mujeres y los varones en cada país.

Un ejemplo paradigmático de cómo la concepción del enfoque de género se amplía son los temas medioambientales. Hasta hace dos o tres años, un tsunami o el paso del Huracán Katrina por Nueva Orleans (Estados Unidos) hubieran sido abordados por los medios como “catástrofes naturales” en las que los reportes no hubieran hecho diferencias ni entre los heridos, ni en el día después, en el rol diferenciado de varones y mujeres. Sin embargo, el reconocimiento de la estrecha vinculación de la mujer con su ambiente, hizo que empezara a prestarse atención a su rol en la reconstrucción posterior a estas catástrofes.

No existe aún un medio de comunicación que haga periodismo de género puro. La mayoría pivotea entre notas con perspectiva de género y artículos de visibilización de la vida de las mujeres, cada uno enfatizando más alguna de las dos áreas.

Dificultades para trabajar con enfoque de género

El enfoque de género es una mirada que todas/os las/os periodistas y comunicadores/as deberíamos tener, más allá de la sección o el medio en el que trabajemos. Al ser un enfoque transversal, puede ser aplicado tanto en notas de chismes, como de cultura, o sobre temas internacionales.

Las universidades y escuelas de periodismo no preparan a las y los futuros periodistas y comunicadores/as en este área. El enfoque de género no está incluido en la currícula de ninguna carrera, apenas es un curso optativo en algunos centros de estudios.

Esta ausencia, más la ignorancia por parte de jefes y editores de medios, dificulta la tarea de las y los periodistas que quieren trabajar con esta mirada.

Las dificultades para escribir con enfoque de género, y para leer notas con esta mirada, son:
- Falta de fuentes, tanto de “opinadores” como de investigaciones sobre los temas hechas desde una perspectiva de género. Y, fundamentalmente, desglose de datos estadísticos por sexo.
- Falta de preparación en el funcionariado, la clase política, las/os investigadoras/es, representantes de organizaciones de la sociedad civil, e incluso y sobre todo de las y los mismos testimoniantes en ver los casos desde esta perspectiva.
- Falta de capacitación por parte de las y los periodistas y comunicadoras/es para ejercer esta mirada. Se requiere un ejercicio constante de autoanálisis porque todas y todos experimentamos alguna vez distintas formas de sexismo.
- Falta de conciencia en los responsables de los medios para trabajar desde esta perspectiva. Se requiere una decisión poilítica de parte de estas personas.

Katrin Gothmann brinda algunas sugerencias para que en las reuniones de sumario de las redacciones periodísticas se contemple la realización de notas con enfoque de género:
1) Discutir la pertinencia de género de los temas escogidos para difundir.
2) Recordarles a las/os periodistas tener en cuenta este enfoque cuando se les encarga una nota.
3) Cuando se cubre un tema, considerar la posibilidad de darles espacios especiales dentro de la nota al impacto diferencial del mismo sobre mujeres y varones.



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La práctica del periodismo de género

¿Cómo hacer periodismo de género?

En principio, creo que implica un ejercicio constante de autoconciencia y reflexión sobre el lugar donde estamos paradas. Y digo paradas y no parados porque estoy convencida que a las mujeres tener esta perspectiva nos resulta mucho más sencilla que a los varones. ¿Por qué? Porque seguramente todas tenemos en nuestro haber alguna historia en la que sentimos que si fuéramos hombres esto no nos pasaba o momentos en los que realmente deseáramos ser varones para poder hacer lo que quisiéramos.

Hace tiempo entrevisté a una socióloga paraguaya residente en Argentina y me decía que su preocupación por el tema surgió al presenciar cómo su madre, con total naturalidad, cada día de su vida le lavaba los pies a su padre cuando llegaba del trabajo. Esas veces, mientras mordía su rabia en silencio, se decía “cuando sea grande voy a luchar para que esto no pase nunca más”. En mi historia, la sumisión de mi madre hacia las coléricas y absurdas disposiciones de un marido italiano y machista hicieron lo suyo. Yo trataba de eludir esos mandatos de formas más o menos sutiles, dedicándome a hacer ropitas a mis muñecas, algo que me gustaba y que mi papá veía con buenos ojos por considerar que la costura y la casa eran lugares definitivamente femeninos, mientras mi hermano estaba autorizado a andar por ahí, manejar camiones desde los tres años (a upa suyo, claro) y cazar pajaritos, porque esas sí eran cosas de hombres.

A simple vista todo esto puede ser simplemente ridículo, pero a lo largo de mi vida me fui encontrando con distintas situaciones que confirmaron que lo que a mí me pasaba le había pasado y le seguiría pasando a muchas otras mujeres, si alguien no hacía algo porque las relaciones entre hombres y mujeres fueran un poco más equilibradas: como cuando, por ejemplo, una nena de catorce años, alumna de la escuela donde daba clases de periodismo, me contó que estaba embarazada o cuando otra me habló de los abusos que sufrió por parte de su padrastro a espaldas de una madre que hacía la vista gorda. Por momentos, me preguntaba qué validez tenía enseñar periodismo ahí donde tantas otras necesidades básicas venían al ritmo de cada recreo, a recordarme que algo pasaba en esta sociedad que les reservaba a las mujeres el lugar de víctimas. Sin embargo, de alguna manera amalgamé las preocupaciones de mi carrera con las cuestiones de género.

Escribo en el suplemento LAS/12 del diario Página/12 desde 2000. Esto me hizo empezar a profundizar en estas cuestiones. Y sin embargo, la dimensión del género se me cayó, casi literalmente, encima de la cabeza cuando tuve a mi primer hijo. Sí, la maternidad es el gran tema para las mujeres, pero no porque sea nuestra naturaleza sino porque en una sociedad como la nuestra es muy difícil ser mujer, pretender hacer carrera, estudiar, hacer lo que una quiere y al mismo tiempo tener hijos. ¿O a algún hombre se le ocurrió dejar de estudiar o trabajar porque iba a tener un hijo? No hay respuestas simples a este asunto.

Como para muchos otros en los que las mujeres tenemos que luchar por cuestiones que a los hombres les vienen dadas. Buscando indagar en ese camino, fundamos junto a Sandra Chaher, Artemisa Noticias. Y empecé a pensar que si bien a las mujeres esta mirada nos sale más fácil (no a todas por supuesto), no deberíamos dejar todo librado a la intuición ni a la sensibilidad, sino que deberíamos poder sistematizar esta mirada de género para poder avanzar, y llegar a otras y a otros colegas. No hay teoría sobre el periodismo de género, apenas prácticas, experiencias, análisis, información, instituciones que se refieren al tema, así que intentaré dar algunas líneas básicas de trabajo que vienen circulando, básicamente pensando en la práctica periodística.

Los valores de la noticia

La noticia no es solo el acontecimiento sino su producción. Es el relato de un hecho. Pero no todos los hechos son noticia. Noticia es un hecho que, por algún motivo, un medio de comunicación decide dar a conocer.

Para determinar qué es noticia y qué no, los medios realizan constantemente una tarea de selección de información, de acuerdo a criterios a los que se llama valores de la noticia o rasgos de noticiabilidad.

Estos valores determinan que un acontecimiento sea noticia o no, y si lo es, su grado de importancia se reflejará en el espacio que se le brinde a la noticia y por el lugar privilegiado o secundario en que se la ubique. Los valores que los medios han usado tradicionalmente son:
– Novedad: se refiere a acontecimientos que el lector no conoce
– Actualidad: la información debe referirse a hechos actuales de acuerdo a la periodicidad del medio.
– Interés: la información debe ser significativa para el interés general de la nación o de la comunidad a la que se dirige el medio.
– Importancia: son noticias los hechos que involucran a personas o instituciones públicas reconocidas.
– Proximidad: los hechos que se producen en zonas cercanas a los lectores tienen más valor noticioso que los lejanos. También existe la proximidad psicológica o ideológica.
– Desviación y negatividad: son más noticias los aspectos que escapan a la normalidad: escándalos, guerras, desastres.

Si queremos hacer periodismo desde una perspectiva de género, deberíamos agregar a esos valores la dimensión de género. Y preguntarnos ¿cómo afecta este hecho a hombres y mujeres? ¿Cuáles son las diferencias y las especificidades? ¿Dónde estaban las mujeres mientras a los hombres les pasaba esto y viceversa? ¿Qué les pasa a los hombres frente a lo que les sucede a sus parejas? Pero claro, los valores de la noticia no son reglas escritas, sino que se van adquiriendo en la práctica y de hecho según el medio se usan distintos valores.

Habrá que buscar la manera de que los editores y jefes empiecen a preguntarse sobre el impacto de cada hecho en la vida de varones y mujeres. Ahí empezaremos a cambiar las cosas. En el Manual de género en el periodismo, Katrin Gothmann plantea algunos criterios para la evaluación del impacto en función del género. Estos son, las diferencias entre hombres y mujeres en:
– La participación: desglose por sexo del grupo o grupos objetivo; representación de mujeres y de hombres en los puestos de toma de decisiones.
– Los recursos: distribución de recursos cruciales como tiempo, espacio, información y dinero, poder político y económico, educación y formación, trabajo y carrera profesional, nuevas tecnologías, servicios de asistencia sanitaria,
vivienda, medios de transporte, ocio. Por ejemplo: transporte parece un sector neutro. Pero las mujeres son las que en general recurren al transporte público porque no andan en auto. Lo mismo pasa con el tipo de vivienda o modo de calefacción. La desigualdad en el acceso a bienes y servicios afecta en mayor medida a las mujeres en situaciones de pobreza. “Las tareas domésticas son realizadas en hogares con importantes carencias que hacen más difícil los trabajos y disminuyen la cantidad de horas que las mujeres pueden disponer para
actividades rentadas; a la vez que las exponen a mayores riesgos de salud”, afirma la socióloga Claudia Giacometti.
– Las normas y los valores que influyen sobre los roles tradicionales establecidos o la división del trabajo en función del sexo, las actitudes y comportamientos de las mujeres y hombres, respectivamente; así como, las desigualdades en el valor que se concede a los hombres y a las mujeres o a las características masculinas y femeninas.
– Los derechos para hacer frente a la discriminación directa o indirecta, los derechos humanos (incluida la libertad frente a toda violencia de naturaleza sexual o de connotaciones sexistas que afectan a la dignidad) y el acceso a la justicia en un entorno jurídico, político y socioeconómico.

Las fuentes y el punto de vista

En el artículo “El newsmaking: criterios de importancia y noticiabilidad” Mauro Wolf plantea que la red de fuentes que los medios de información tienen como elemento esencial para su funcionamiento refleja por un lado la estructura social y de poder existente y además se organiza sobre la base de las exigencias planteadas por los procesos productivos de los medios. ¿Por qué prevalecen las fuentes institucionales en los medios? Porque dan suficiente información, ahorran trabajo, etc. Por eso muchas veces las fuentes oficiales tienen más espacio. Y al mismo tiempo, cuando entran a formar parte de la agenda del periodista, de la rutina de trabajo, se van asentando como fuentes fiables y creíbles.

Para hacer periodismo de género debemos acudir a nuestras propias fuentes fiables, ya que si las oficiales reproducen el imaginario sexista reinante, hay que buscar por otro lado. Debemos elegir las fuentes, consultar a aquellas que sepamos que trabajan los temas desde una perspectiva de género. La “Guía de lenguaje no sexista” recomienda además, diversificar las fuentes para dar voz a las personas afectadas y evitar la costumbre de utilizar interlocutores a los jefes jerárquicos de las instituciones (en su lugar, buscar a las personas que conocen a fondo las cuestiones).

Las fuentes pueden ser:
– Estadísticas por sexo, indicadores de género (ejemplo: indicador del uso del tiempo según hombres y mujeres)
– Ongs y organizaciones sociales y de mujeres
– Centros de documentación y apoyo de estudios de mujeres o de GLTTB (Gays, lesbianas, travestis, transexuales y bisexuales).
– Especialistas: psicólog@s, sociólog@s, investigador@s si es posible con enfoque de género.
– Protagonistas: testimonios (así como las víctimas y testimoniantes no deben ser siempre mujeres, los especialistas no deben ser siempre hombres, equilibrar).
– Otros medios: no solo los masivos o nacionales sino medios alternativos del país o del exterior.

La especialización permite ir conociendo las fuentes, estrechar lazos con las que consideremos serias e interesantes por alguna causa. Eso es bueno. El riesgo de esta relación es el de producir temas que solo interesen quienes los siguen, recurrir siempre a las mismas fuentes, no acercarnos al campo, no pensar temas que salgan del sentido común de la gente que no conoce qué significa género, amalgamarnos con discursos de barricada que a veces espantan.

Este planteo acerca de las fuentes demuestra que cuando hablamos de periodismo con perspectiva de género hablamos de un periodismo que asume un punto de vista sobre las cosas. Como plantea el ABC de un periodismo no sexista, el punto de vista está determinado por varios factores: la experiencia personal, los conocimientos, los valores; lo que a su vez se relaciona con una pertenencia a un sexo, una raza, una etnia, una nacionalidad, una religión y una preferencia sexual específicas. También por fuerzas externas como la línea del medio en que trabajamos.

Está claro que no existe la objetividad en el periodismo, como en otros ámbitos, la diferencia es que desde esta postura lo estamos asumiendo abiertamente.

¿Qué es un lenguaje sexista?

Como plantea la “Guía de lenguaje no sexista”, la lengua no es neutra y refleja la relación de los sexos en la sociedad y la posición de la mujer en dicha relación. La lengua es el espejo en el que la sociedad se refleja. El predominio de lo masculino en la sociedad significa que lo masculino determina el uso de la lengua. De hecho el género masculino ha prevalecido sobre el femenino. Se cae en lenguaje sexista cuando una persona emite un mensaje que, por sus formas, palabras o modo de estructurarlas, resulta discriminatorio por razón de sexo. “El sexismo en el lenguaje, rebasa en mi opinión la a y la o, para reflejar la expresión de un pensamiento conformado a lo largo de siglos de una cultura patriarcal que no nombraba lo femenino y tenía lo masculino como la medida de todas las cosas porque, precisamente, las mujeres no ‘eran invisibles’.

¿Por qué el mismo adjetivo (público) adquiere un significado diferente cuando se aplica a una mujer o a un hombre?”, dice Isabel Moya, comunicóloga cubana, a cargo del único diplomado de Género y Comunicación de la región. El lenguaje refleja la expresión de un pensamiento conformado a lo largo de siglos de una cultura patriarcal que ignoraba lo femenino y tenía lo masculino como la medida de las cosas, continúa Moya. La mujer no tenía derecho al voto, no iba a la universidad, entonces no había necesidad de nombrarla porque no estaba en la vida pública.

El problema es que a pesar de que eso ha cambiado, se sigue con la misma estrategia. A pesar de que el lenguaje es un sistema vivo, que se transforma, siguen levantándose protestas por estos términos no sexistas pero nadie critica que se incorporen palabras como ciberespacio. El sexismo en el lenguaje genera una polémica no superada.

Usar lenguaje no sexista no significa usar enfoque de género. Tal vez sea más importante –o por lo menos igual– no ser sexistas desde el contenido que desde el lenguaje. En el sentido de que el lenguaje no es lo único urgido de cambios. “¿Qué puede aportar decir compañeras y compañeros si las compañeras se siguen sintiendo las reinas del hogar y los compañeros como los naturalmente dotados para dirigir?”, se pregunta Moya.

Desde la tarea cotidiana como periodista, puedo decir que es complejo escribir de manera no sexista porque se reiteran palabras y básicamente porque hay que repensar constantemente cómo manejar esa herramienta que usamos desde bebés pero que responde a un modelo de mundo que no es para nada equitativo.

Es decir, trabajar con un lenguaje no sexista es un desafío constante. Las especialistas plantean que quien practique periodismo no sexista debería entrar en nuevo contacto con las palabras, para buscar nombrar sin discriminar a las mujeres ni reforzar estereotipos sexuales. Queremos nombrar la diferencia, dice Teresa Meana Suárez en el artículo “Sexismo en el lenguaje: apuntes básicos”: “Decir niños y niñas o madres y padres no es una repetición, no es duplicar el lenguaje. Duplicar es hacer una copia igual a otra y éste no es el caso. La diferencia sexual está ya dada, no es la lengua quien la crea. Lo que debe hacer el lenguaje es nombrarla, simplemente nombrarla puesto que existe. No nombrar esta diferencia es no respetar el derecho a la existencia y a la representación de esa existencia en el lenguaje.”

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