14 dic 2011

Que podemos hacer los TASOC y TISOC. ¿Retorno a la beneficencia?

¿Retorno a la beneficencia?

JOSÉ MANUEL RAMÍREZ PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN ESTATAL DE DIRECTORES Y GERENTES DE SERVICIOS SOCIALES

Los servicios sociales se ven hoy amenazados por recortes y por el incremento de situaciones de necesidades básicas que obligan a dedicar a ellas los escasos recursos, en detrimento de otras actuaciones ¿Estaremos viviendo un retorno a la beneficencia? Las ayudas benéficas se daban a los pobres de manera graciable, sin plantearse superar su situación. Esas prácticas no caben en el actual marco de protección, en el que los sistemas públicos de sanidad, educación, pensiones y servicios sociales ofrecen cobertura a todos los ciudadanos. En servicios sociales, las prestaciones de derecho que establece la Ley de la Dependencia y las nuevas leyes autonómicas, constituyen ese marco de protección, incluso para necesidades de subsistencia. Nadie debe avergonzarse de recurrir a ellas, como nadie se avergüenza por ingresar en un hospital o por llevar sus hijos a un colegio público o concertado.

Por eso, ahora que es preciso dedicar gran parte de los escasos recursos de los servicios sociales a atender necesidades de subsistencia, es necesario reforzar los derechos de ciudadanía y no renunciar en ningún caso a ir más allá de la ayuda económica y material, ofreciendo orientación y apoyo profesional adecuado a cada situación, para motivar y ayudar a superarla, porque la desmotivación es la peor consecuencia que la crisis puede tener sobre las personas a las que más afecta. La beneficencia era también una estética estigmatizadora: la bondad del benefactor frente al pobre, cuya cualidad de desvalido se evidencia para destacar el valor de quien le ayuda Ninguna persona, por pobre que sea, pierde ni uno solo de sus derechos. Es oportuno recordarlo ahora, cuando tantas personas y familias demandan ayudas para la subsistencia.

Esas ayudas no pueden tener como coste la pérdida de su intimidad: es mejor ayudar a la familia para que permanezca en su propio domicilio, que hacerla acudir a un centro de acogida o a un comedor social. Ni pueden hacerse a consta de su dignidad: a nadie se debe catalogar de pobre o excluido por solicitarlas, ni exponer sus necesidades para loa de quien se presta a una acción benéfica. La colaboración solidaria de la sociedad es muy importante en situaciones como la actual; pero siempre que se lleve a cabo con sensibilidad para no exhibir innecesariamente el sufrimiento o la necesidad de nadie.

No sé cuantos años serán necesarios para recuperar los niveles de empleo y desarrollo económico que la crisis está destruyendo. Pero seguro que tardaremos muchos más en recuperar la sensibilidad que perderíamos si volvemos a las formas de la antigua beneficencia, convirtiendo las necesidades más básicas de tantas personas y familias empobrecidas por la crisis, en un escenario para que destaque nuestra bondad, sin tener en cuenta su intimidad y su dignidad, ni plantearnos cómo ayudarles a superar su situación.

Cada vez que una familia acude desde los servicios sociales a una entidad benéfica es un fracaso de los dirigentes de la institución que las deriva, y es un paso atrás de dimensiones históricas en el concepto constitucional de Estado Social, trasladando la cobertura de algunas de las necesidades más básicasa las iniciativas caritativas y solidarias de la propia ciudadanía, en lugar de asumir la responsabilidad pública mediante la garantía de derechos ciudadanos.
Pero el fondo del asunto es más preocupante. España goza de un tesoro: unos niveles de cohesión y paz social sorprendentes. Pero esa cohesión se compadece muy mal con los escatológicos datos de la economía real: un millón y medio de hogares con todos sus miembros activos en paro; más de doscientas mil familias en situación de desahucio de su vivienda; uno de cada cinco españoles viviendo por debajo del umbral de la pobreza; un índice de desigualdad entre ricos y pobres en el puesto 24 de la Europa de los 27; ocho millones de personas que acudieron a los servicios sociales en 2009 (dos millones más que el año anterior).

Profesionales del sector de los servicios sociales llevamos tiempo alertando sobre las consecuencias obvias de esos datos si no se potencian políticas de servicios sociales inteligentes. Las bolsas de pobreza y marginación emergente no van a esperar a la quimera que se cree empleo rápido por la sola confianza del mercado en los nuevos gobernantes. Si se inicia el deterioro, se volverá imparable y quienes caigan al pozo de la exclusión forzada (hablamos de millones de personas) tardarán décadas en salir y a un coste humano inimaginable. Este es el momento para racionalizar y reforzar sin duda los servicios sociales que eviten esas pérdidas que nuestro país no se puede permitir.

Si se recortan los servicios sociales se pondrá en quiebra la cohesión social y, tarde o temprano se tendrá que gastar mucho más en seguridad ciudadana para vigilar la extensa frontera entre ricos y pobres.

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