«Nosotras también somos ciudadanas» Por Ser Prstituta no tengo menos derechos
Carolina decidió ser prostituta. Nadie la presionó, las circunstancias no la obligaron, simplemente, fue su opción. La historia de esta chica comenzó hace 32 años al otro lado del Atlántico y dio un giro de 180 grados la mañana que pensó que su futuro le estaba esperando en el Viejo Continente. Un buen día, hace más de una década, se armó de valor y con una amiga de compañera de viaje hizo la maleta con destino a Italia.
Una parada técnica le dio la oportunidad de disfrutar de juergas y paseos por Madrid que, una vez en el país con forma de bota, no fue capaz de olvidar. Se lo pensó, lo maduró y decidió volver a la capital de España. En ese momento, hizo su apuesta y eligió su profesión. «Experimentas, valoras y decides», explica.
Tenía veinte años y tras doce en el tajo, no parece arrepentirse del día que decidió dedicarse a esto. Hoy es toda una experta en la materia y ha trabajado en todas las especialidades que permite este gremio. Calle, domicilio, casas y clubs. Después de probar, se queda con la acera. «En un club, te paga tu jefe y trabajas para él. En la calle, tú mandas. Decides tu horario y al cliente. Te vas con quien quieres y cuando quieres. Yo soy mi jefa», explica.
Desde hace ya tiempo su lugar de trabajo es la Casa de Campo. Allí echa alrededor de ocho horas al día entre la tarde y noche, depende de la jornada. No le da miedo ni se siente insegura en el recinto. «Me han robado en el Metro y también me han atracado en el parque, como a cualquier ciudadano».
Machismo e hipocresía
Sin embargo, sí que reconoce que a su lugar de trabajo se han acercado en más de una ocasión desalmados que se aprovechan de la situación de precariedad en la que trabajan Carolina y sus compañeras. Acerca de la clientela que solicita sus servicios, cuenta que es diversa y no se puede trazar un perfil específico. «Hay de todo tanto en los clubes como en la calle».
Carolina es consciente de que la forma que ha elegido para ganarse el pan está más que mal vista. Ella no lo entiende. El estigma está institucionalizado y, visto lo visto, no tiene pinta de que la gente comience a empatizar y a defender los derechos de las prostitutas. «Vivimos en una sociedad machista e hipócrita donde las mujeres están doblegadas». Tanto cree Carolina que es una cuestión de sexos que está convencida de que si la prostitución tuviese nombre de hombre, la profesión estaría regulada.
Quizá, si así fuera, tampoco se las criminalizaría, ni tendrían que enfrentarse a miradas de desaprobación como cuenta esta joven ecuatoriana. Podrían trabajar en paz. Porque de momento, su oficio se está convirtiendo en uno de alto riesgo. Desde hace tiempo, incluso antes de las últimas iniciativas del Ejecutivo de Alberto Ruiz-Gallardón, la Policía persigue como puede una práctica que no es ilegal, pero a la vez tampoco está regulada.
«Cuando estoy en el coche de un cliente, se acercan, me hacen bajarme, piden la documentación al varón y le ponen una multa de 30 euros por aparcar en la vía pública». Un dinero que casi todos abonan al instante, ya que de lo contrario, el papelito en cuestión llega a casa y quien más quien menos tiene que rendir cuentas de por qué aparcó en la Casa de Campo tal día a tal hora.
En cualquier caso, el gran problema de Carolina y sus compañeras de trabajo es, hoy por hoy, el corte del tráfico en su particular oficina. Una medida que las ha obligado a buscar una nueva ubicación donde encontrar clientes. La de Carolina está en Villaverde, pero sólo puede trabajar hasta las once de la noche, hasta allí también han llegado las políticas de Gallardón.
A él, al alcalde, si pudiese hablarle cara a cara, Carolina le pediría un espacio para trabajar. Un sitio donde pudiese estar protegida y donde no molestase a los vecinos de ningún lado. Puestos a reclamar, demandaría al mismo tiempo derechos fundamentales de los que ahora no disfruta. «Somos putas, pero también ciudadanas», sentencia. Ella y sus compañeras se sienten seres humanos de segunda, y avisan: van a luchar por lo que es suyo.
A bordo de «La Libertina»
Carolina no cree que esta nueva situación y la mudanza que conlleva el cierre al tráfico de la Casa de Campo vaya a propiciar peleas entre colegas. «Nos llevamos muy bien y estamos unidas, aunque sí que nos colocamos por nacionalidades».
En este buen ambiente entre compañeras ha tenido mucho que ver la labor del colectivo Hetaira. Una asociación que vela por los derechos de las prostitutas desde hace muchos años.
Subidas dentro de «La Libertina», una furgoneta en la que recorren las zonas donde trabajan estas chicas, las voluntarias dan a las meretrices lo que no encuentran muy a menudo, alguien con quien tomar un café con galletas y charlar, una amiga.
Comparten sus confidencias y la que quiera, también puede disfrutar de una sesión con una psicóloga de forma improvisada. Para Hetaira, las últimas maniobras en contra de la prostitución son inaceptables. Se quejan de que el Ayuntamiento de Madrid no se atreve a afrontar el problema de frente y han comenzado una cruzada contra las chicas. Por eso, envíaron una carta al alcalde pidiendo una entrevista que nunca llegó y cuya única respuesta ha sido un corte de tráfico y la amenaza de instalar cámaras.
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Hace 2 semanas
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