La basura ahoga El Puche
El barrio se resiste a convivir con los montones de estiércol y escombros por la calle, las aceras rotas y la basura fuera del contenedor. La mitad de las casas no tiene evacuación de residuos fecales y un 40% no tiene agua corriente. El futuro parece que no llegara hasta allí
EL Puche es el barrio de Vanessa. Allí cría a sus dos hijos pequeños, en la zona más vieja. Vive cerca de la guardería, junto a los contenedores de basura, que parecen estar sólo de adorno. Las bolsas se desperdigan por los alrededores, en un ambiente perjudicial para los problemas respiratorios de su hijo pequeño, que tiene cuatro meses. Los basureros no recogen lo que hay fuera de los contenedores y los restos se van acumulando. «Esto no le viene bien, hemos hecho varios esfuerzos para que los vecinos tiren la basura dentro, pero no hay manera. Cada poco tiempo mi hijo tiene una crisis y tenemos que ingresarlo en el Torrecárdenas», explica Vanessa, con su otra hija en brazos.
El Puche es también el barrio de Dori. Esta vecina de 49 años vive en los 'huevos fritos' con su marido, el más pequeño de sus hijos y las dos abuelas. Hasta hace poco trabajaba en un semillero, en interminables jornadas. Al volver a casa cocinaba para todos, limpiaba, ayudaba a las abuelas a bañarse, a subir y bajar las escaleras del piso y las del bloque. Dori no se arregla ni tiene ganas. «Para sacar esto adelante hay que echarle muchas pelotas». La mujer tiene los brazos llenos de moratones porque las abuelas pasan tanto miedo al entrar en la bañera que se agarran con mucha fuerza a sus brazos. Dori aprovechará ahora los meses del subsidio de desempleo para trabajar sólo en casa.
Charcos 'negros'
Las abuelas que viven con Dori prácticamente no salen del piso porque en la entrada de los bloques están haciendo obras. Después de años aguantando charcos de aguas fecales, están arreglando el saneamiento. Eso en su calle, porque en las contiguas el olor sigue siendo insoportable. Un hedor que se filtra en sus casas y envuelve el barrio. La mitad de las viviendas de El Puche no tiene evacuación de aguas fecales y el 40% no tiene agua corriente.
Vanessa y Dori son dos de las mujeres de un barrio en el que ellas son casi invisibles. A las mujeres se les ve a la hora de la salida del colegio, comprando en el mercadillo o cuidando de las familias dentro de casa. Por las sucias calles de El Puche caminan sobre todo hombres. Gitanos, payos y marroquíes. Y muchos jóvenes.
Todos, de una u otra nacionalidad, de uno u otro sexo, se quejan de lo mismo. El barrio está sucio y nadie parece hacer nada por arreglarlo. El Puche tiene la dignidad manchada y no sabe cómo limpiarla. Porque los pisos se caen a pedazos, las aceras no existen, los escombros y la chatarra se acumulan en la vía pública y hasta hay montones de estiércol en la calle.
El futuro, ese futuro que habla de nuevas viviendas en las que se alojarán mientras reconstruyen las suyas, siempre se baja en la parada anterior.
La dignidad
Los vecinos de El Puche contestan a las preguntas reivindicando su honradez. «Los obreros siempre hemos estado con el agua al cuello», dice Francisco Amador, apoyado en la barra del bar del pensionista. «Pero lo del barrio no es normal. Aquí hemos ido a peor, hace falta mucha limpieza».
Francisco es el mayor del local, y el primero en responder. Sólo cuando han dejado de agitarse su sombrero y su bastón, hablan el resto de los presentes. «Esto es un barrio digno, pero se viene abajo, se cae». José Amador tiene que tomarse las cosas con calma desde que le dieron 'cuatro achaques', aunque se indigna cuando piensa en el barrio. «Todo el mundo tiene derecho a vivir, pero hay que saber comportarse», dice en referencia a los vecinos marroquíes que viven en el barrio. «Es que se meten 18 o 20 en una casa y eso no puede ser». Completa sus frases Diego Santiago. «Estamos dejados de la mano de Dios, nos tienen aquí como si esto fuera una reserva». Diego y José explican que «el alcantarillado no vale para nada, en el momento que llueve todo se llena de aguas negras». Además, han hecho un cálculo muy fácil. «Si vienen dos barrenderos a las seis para todo el barrio y al mediodía no se nota que han venido, pues que traigan más».
Las drogas
Y además de barrenderos, el barrio necesita papeleras. «Aunque claro, si las ponen y luego las queman...». También necesita un servicio especial de limpieza. «Y que acaben con las drogas», dice en el Puche Viejo el joven Juan Antonio, de dieciocho años.
Es la una del mediodía y él está sentado con otros cinco jóvenes es un escalón. No tienen trabajo. «Tienen que venir más policías, que se acabe con las drogas, que hay mucha en el barrio». Su amigo Francisco aprovecha para explicar que «muchas veces la basura está fuera del contenedor porque hay gente que la saca para buscar comida». Hasta ellos se acercan Chencho y Esther. Son los animadores socioculturales de la asociación de vecinos Alcalá. Dos de las decenas de personas que trabajan para que el futuro del barrio sea lo mejor posible.
«Veniros el lunes por la tarde a la biblioteca, que vamos a tener un curso para aprender a cocinar, ver cómo alimentarnos», le dice el joven al grupo. «Si ponen pasteles seguro que vamos», le contesta con guasa Rafael, otro de los desempleados.
Implicados
Chencho y Esther van a empezar este curso poco a poco. «Primero los enseñamos a cuidarse, a alimentarse bien, normas de higiene particular. Y luego respeto para el barrio, las zonas comunes...». Chencho, que tiene 23 años, es el 'veterano' en este caso, porque lleva ya cuatro trabajando en la zona y todos le conocen. Se paran también con un grupo de chicos de 15 años. Abdellah, Mohamed y Mosin viven con sus familias, todos marroquíes, en El Puche, desde hace algunos años. Son «niños ludoteca», como los define Chencho, porque se implican en las actividades del barrio.
En sus ratos libres, a los jóvenes les gusta jugar al fútbol y chatear por Internet. Se han acostumbrado a usar las pistas del colegio aunque esté cerrado. Así practican el 'salto de altura', ya que no tienen otro espacio más cerca. Ellos sí irán al curso y a las excursiones que organicen las numerosas asociaciones que trabajan por y para El Puche.
Estas asociaciones del plan comunitario y la oficina de EPSA son ahora mismo el rayo de esperanza que tiene el barrio. Esta oficina intenta averiguar quién es el propietario de unas casas de protección oficial que nunca debieron venderse. Intentan adelantar el futuro de El Puche. Ese futuro que nunca parece llegar a un barrio cercado, aislado, y a unos vecinos que se ahogan entre la basura.
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Hace 3 semanas
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