Parkour, la realidad de lo imposible
Tres jóvenes moldavos son el germen de esta acrobática disciplina en Santander
No duden, estas imágenes no tienen retoque fotográfico. Son el resultado de un complejo engranaje de ingeniería humana calibrado con precisión. Aunque viéndolos en acción cabría preguntarse si realmente son humanos o una excepción en la evolución. Igor Rotaru, Leo Gaideu y Emil Redenco son moldavos. Llegaron a Santander hace más de tres años y hoy son el germen de la práctica de una acrobática disciplina deportiva llamada parkour.No lo inventaron ellos. El polifacético deportista David Belle comenzó a dar forma al movimiento en Francia, en 1988. El carisma que ganó en pocos meses lo llevó hasta la gran pantalla con la película 'Distrito 13'. Vídeoclips, documentales, filmes, etcétera, han despertado la curiosidad de jóvenes de todo el mundo.«Aprendí esos movimientos viendo los vídeos que grababan David Belle y otro de los famosos practicantes de parkour, Sebastien Foucault (conocido por la grandilocuente primera secuencia de persecución de la película de James Bond 'Casino Royale')», comenta Igor de 21 años. Cuando llegó a Santander siguiendo los pasos de su madre, también inmigrante, pensó que el nivel de práctica en la ciudad sería superior al de su país; pero se equivocaba. «No sólo nadie lo practicaba, sino que además apenas se conocía», lamenta.Por aquel entonces, hace más de tres años, tampoco él era ningún experto. Comenzó a desarrollar esta destreza en la playa, donde las caídas son menos dolorosas, hay más margen para la experimentación y se llama menos la atención. Con la práctica conoció a dos compatriotas, Leo y Emil, que hoy le acompañan en su pasión, dos veces por semana y durante tres o cuatro horas. Lo tienen difícil. «Cuando fuimos encontrándolos y comenzamos a practicar con mayor frecuencia, nos organizamos para encontrar un espacio cubierto donde hacer parkour sin peligro. También donde poder enseñar a los chicos a practicarlo». Un poco de ayuda del Centro Cantabria Acoge, dedicado a la integración inmigrante, les bastó para contar con permisos para impartir clases en el gimnasio del colegio Ramón Pelayo de Santander. Pero «diversas circunstancias», afirma -aunque apunta especialmente a los costes económicos-, llevaron hace un año a la rescisión de ese permiso.«Es una pena, porque hay mucha gente que está muy capacitada para practicar deporte y ya no puede hacerlo. Se desaniman, temen hacerse daño por la calle o que la gente llame a la Policía cuando los ve haciendo piruetas por el mobiliario urbano», razona Igor. Rescata de la memoria la Navidad de 2008. «Más de veinte personas compramos trajes de Papá Noel baratos y nos lanzamos a la calle a dar saltos y a repartir caramelos a los niños mientras deseábamos a la gente feliz Navidad», evoca. Era un tiempo en que las madres se les acercaban en la playa para preguntarles, mientras practicaban, dónde podían apuntar a sus hijos para aprenderlo.Tres soñadoresSu ilusión es la del soñador capaz de dejar atrás un país, su país, en busca de una vida mejor. Igor compagina la práctica deportiva con el trabajo de camarero en varios establecimientos de la capital cántabra. Leo y Emil llegaron a España con ilusiones parecidas. A Leo el taller en el que trabaja también le deja suficiente tiempo libre para el gimnasio y el parkour; y a Emil se le acercan los exámenes de la primera evaluación de segundo de Bachillerato del I.E.S Pereda.Tienen vocación emprendedora. «Coincidimos en que hemos jugado al fútbol, como todo el mundo; y al baloncesto, también como todo el mundo. Pero a nosotros nos apetece hacer algo más que eso. Algo que no haga la masa de la gente, con lo que nos sintamos a gusto», explica Leo, de 24 años, que en Moldavia ganó algún dinero como bailarín en discotecas.Un día cualquieraIgor entrelaza los dedos de las manos y comienza a mover enérgicamente ambas muñecas. Calentar es fundamental; más ahora, en invierno, cuando cualquier contusión o estiramiento mal medido puede pasar factura. A él se la ha pasado. Tiene una lesión en un hombro. «Un mal día, un mal golpe». Tenía la operación programada para la pasada semana, pero algo falló y lo han desplazado en el calendario. Puede hacer parkour, pero no al 100%.A los tres movimientos entra en calor y el espectáculo comienza a rozar los límites de la realidad. Las habilidades parecen propias de uno de los superhéroes de la nutrida oferta del cómic. Salta adelante, hacia atrás, con voltereta, sorteando obstáculos, escalando paredes, dejándose caer desde alturas inverosímiles. Parece fácil; pero no lo es. La práctica es lo que tiene.«Es mucho tiempo de trabajo. Conviene practicar todo lo que puedas, porque si lo dejas se nota mucho». Con lógica. La exigencia a la que se somete el cuerpo sólo se tolera con todos y cada uno de los músculos trabajados. En ciertas posturas, si uno de esos apoyos falla, el castillo de naipes se desmorona; la concentración es clave.«No tiene nada que ver con ir haciendo el loco por la calle. Es una disciplina», explica Emil. «Hay quien lo ve mal. Pero siempre decimos que mientras la gente joven esté haciendo deporte, sea parkour u otro, no hace botellón o fuma». Más que un deporte es una filosofía. Un espíritu que apunta a la autosuperación y al disfrute. «El lema es sencillo -añade Igor- 'haz lo que amas, ama lo que haces'».
No duden, estas imágenes no tienen retoque fotográfico. Son el resultado de un complejo engranaje de ingeniería humana calibrado con precisión. Aunque viéndolos en acción cabría preguntarse si realmente son humanos o una excepción en la evolución. Igor Rotaru, Leo Gaideu y Emil Redenco son moldavos. Llegaron a Santander hace más de tres años y hoy son el germen de la práctica de una acrobática disciplina deportiva llamada parkour.
No lo inventaron ellos. El polifacético deportista David Belle comenzó a dar forma al movimiento en Francia, en 1988. El carisma que ganó en pocos meses lo llevó hasta la gran pantalla con la película 'Distrito 13'. Vídeoclips, documentales, filmes, etcétera, han despertado la curiosidad de jóvenes de todo el mundo.
«Aprendí esos movimientos viendo los vídeos que grababan David Belle y otro de los famosos practicantes de parkour, Sebastien Foucault (conocido por la grandilocuente primera secuencia de persecución de la película de James Bond 'Casino Royale')», comenta Igor de 21 años. Cuando llegó a Santander siguiendo los pasos de su madre, también inmigrante, pensó que el nivel de práctica en la ciudad sería superior al de su país; pero se equivocaba. «No sólo nadie lo practicaba, sino que además apenas se conocía», lamenta.
Por aquel entonces, hace más de tres años, tampoco él era ningún experto. Comenzó a desarrollar esta destreza en la playa, donde las caídas son menos dolorosas, hay más margen para la experimentación y se llama menos la atención. Con la práctica conoció a dos compatriotas, Leo y Emil, que hoy le acompañan en su pasión, dos veces por semana y durante tres o cuatro horas. Lo tienen difícil. «Cuando fuimos encontrándolos y comenzamos a practicar con mayor frecuencia, nos organizamos para encontrar un espacio cubierto donde hacer parkour sin peligro. También donde poder enseñar a los chicos a practicarlo». Un poco de ayuda del Centro Cantabria Acoge, dedicado a la integración inmigrante, les bastó para contar con permisos para impartir clases en el gimnasio del colegio Ramón Pelayo de Santander. Pero «diversas circunstancias», afirma -aunque apunta especialmente a los costes económicos-, llevaron hace un año a la rescisión de ese permiso.
«Es una pena, porque hay mucha gente que está muy capacitada para practicar deporte y ya no puede hacerlo. Se desaniman, temen hacerse daño por la calle o que la gente llame a la Policía cuando los ve haciendo piruetas por el mobiliario urbano», razona Igor. Rescata de la memoria la Navidad de 2008. «Más de veinte personas compramos trajes de Papá Noel baratos y nos lanzamos a la calle a dar saltos y a repartir caramelos a los niños mientras deseábamos a la gente feliz Navidad», evoca. Era un tiempo en que las madres se les acercaban en la playa para preguntarles, mientras practicaban, dónde podían apuntar a sus hijos para aprenderlo.
Tres soñadores
Su ilusión es la del soñador capaz de dejar atrás un país, su país, en busca de una vida mejor. Igor compagina la práctica deportiva con el trabajo de camarero en varios establecimientos de la capital cántabra. Leo y Emil llegaron a España con ilusiones parecidas. A Leo el taller en el que trabaja también le deja suficiente tiempo libre para el gimnasio y el parkour; y a Emil se le acercan los exámenes de la primera evaluación de segundo de Bachillerato del I.E.S Pereda.
Tienen vocación emprendedora. «Coincidimos en que hemos jugado al fútbol, como todo el mundo; y al baloncesto, también como todo el mundo. Pero a nosotros nos apetece hacer algo más que eso. Algo que no haga la masa de la gente, con lo que nos sintamos a gusto», explica Leo, de 24 años, que en Moldavia ganó algún dinero como bailarín en discotecas.
Un día cualquiera
Igor entrelaza los dedos de las manos y comienza a mover enérgicamente ambas muñecas. Calentar es fundamental; más ahora, en invierno, cuando cualquier contusión o estiramiento mal medido puede pasar factura. A él se la ha pasado. Tiene una lesión en un hombro. «Un mal día, un mal golpe». Tenía la operación programada para la pasada semana, pero algo falló y lo han desplazado en el calendario. Puede hacer parkour, pero no al 100%.
A los tres movimientos entra en calor y el espectáculo comienza a rozar los límites de la realidad. Las habilidades parecen propias de uno de los superhéroes de la nutrida oferta del cómic. Salta adelante, hacia atrás, con voltereta, sorteando obstáculos, escalando paredes, dejándose caer desde alturas inverosímiles. Parece fácil; pero no lo es. La práctica es lo que tiene.
«Es mucho tiempo de trabajo. Conviene practicar todo lo que puedas, porque si lo dejas se nota mucho». Con lógica. La exigencia a la que se somete el cuerpo sólo se tolera con todos y cada uno de los músculos trabajados. En ciertas posturas, si uno de esos apoyos falla, el castillo de naipes se desmorona; la concentración es clave.
«No tiene nada que ver con ir haciendo el loco por la calle. Es una disciplina», explica Emil. «Hay quien lo ve mal. Pero siempre decimos que mientras la gente joven esté haciendo deporte, sea parkour u otro, no hace botellón o fuma». Más que un deporte es una filosofía. Un espíritu que apunta a la autosuperación y al disfrute. «El lema es sencillo -añade Igor- 'haz lo que amas, ama lo que haces'».
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